miércoles, 3 de septiembre de 2008

El miedo

Le miraba a los ojos fijamente. Y mientras pensaba en la lista de la compra (hasta las ocho que cierran apenas media hora), asentía con parsimonia y fingida paciencia a cada argumento que él tendía (con cuidado, con mimo, como si de una sábada recién lavada se tratara) entre los dos.

Y cuando terminó, él, de hacer la colada, se fue, ella, calle arriba acordándose de dejar caer a cada rato una razón mojada, como miguitas de pan, en la cuneta para no correr el riesgo de olvidar nunca el camino de regreso.

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